San Enrique emperador
13 de julio
Martirologio de la Iglesia Católica
San Enrique, emperador de los romanos, que, según la tradición, de acuerdo con su esposa Cunegunda puso gran empeño en reformar la vida de la Iglesia y en propagar la fe en Cristo por toda Europa, donde, movido por un celo misionero, instituyó numerosas sedes episcopales y fundó monasterios. Murió en este día en Grona, cerca de Göttingen, en Franconia (1024).
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Este es el único emperador declarado santo por la Iglesia Católica.
Nace en el año 972 en el castillo de Abaudia, sobre el río Danubio siendo hijo de Enrique, duque de Baviera y de Gisela, hija de Conrado, rey de Borgoña.
Tuvo la gran suerte de pertenecer a una familia sumamente religiosa.
Su hermano Bruno fue obispo.
Su hermana Brígida fue monja. La otra hermana, Gisela, fue la esposa de un santo, San Esteban, rey de Hungría.
Y la mamá de Enrique lo confió desde muy jovencito bajo la dirección de otro fervoroso personaje, San Wolfgan, obispo de Ratisbona, el cual lo educó de la mejor manera que le fue posible.
Un aviso que lo llevó a la santidad:
Al poco tiempo de haberse muerto su gran maestro, San Wolfgan, vio Enrique que se le aparecía en sueños y escribía en una pared esta frase: "Después de seis".
Él se imaginó que le avisaban que dentro de seis días iba a morir y se dedicó con todo su fervor a prepararse para bien morir.
Pero pasaron lo seis día y no se murió.
Entonces creyó que eran seis meses los que le faltaban de vida, y dedicó ese tiempo a lecturas espirituales, oraciones, limosnas a los pobres, obras buenas a favor de los más necesitados y cumplimiento exacto de su deber de cada día.
Pero a los seis meses tampoco se murió.
Se imaginó que el plazo que le habían anunciado eran seis años, y durante ese tiempo se dedicó con mayor fervor a sus prácticas de piedad, a obras de caridad y a instruirse ejercer lo mejor posible sus oficios, y a los seis años... lo que le llegó no fue la muerte sino el nombramiento de Emperador.
Y este aviso le sirvió muchísimo para prepararse sumamente bien para ejercer tan alto cargo.
Emperador Guerrero.
Enrique cumplió lo que su nombre significa en alemán: jefe poderoso.
Pues empezó siendo simplemente rey (o gobernador) de un departamento del sur de Alemania, Baviera.
Y allí ejerció su autoridad con agrado de todos, llegando a ser enormemente estimado por su pueblo.
Pero de pronto se murió el Emperador Otón III, su primo, sin dejar herederos, y entonces los principes electores juzgaron que ningún otro estaba mejor preparado para gobernar Alemania y a las naciones vecinas que el buen Enrique, tan apreciado por sus súbditos.
Y llegó así a aquel altísimo cargo.
Pero por todas partes estallaban revueltas y revoluciones, y el nuevo emperador tuvo que organizar un poderoso ejército para ir calmando a los revoltosos.
Y resultó ser un gran guerrero.
Dominó las revueltas nacionales y las de Polonia y se hizo respetar por todos los países vecinos.
Liberador del Papa.
Y sucedió que en Roma un anticristo se atrevió a quitarle el puesto al Papa Benedicto VIII.
Éste pidió auxilio a Enrique, el cual con un fortísimo ejército invadió a Italia, derrotó a los enemigos del Pontífice y le restituyó su alto cargo.
En premio por todo esto, el Papa Benedicto lo coronó solemnemente en Roma como Emperador de Alemania, Italia y Polonia.
Enrique el piadoso.
La gente lo llamaba así porque en todas partes lo que buscaba era extender la religión y hacer que las gentes amaran más a Nuestro Señor.
Para conceder como esposa a su hermana Gisela, al rey Esteban de Hungría le puso como condición a dicho mandatario que propagara el catolicismo por todo su reino, lo cual cumplió Esteban de manera admirable.
Por todas partes levantaba templos, construía conventos para religiosos y apoyaba a cuantos se dedicaban a evangelizar.
A los templos les regalaba cálices, ornamentos y demás objetos para que el culto resultara muy solemnemente, y dejaba donaciones para que celebraran misas por sus intenciones.
En su viaje a Italia se sintió sumamente enfermo y se fue en peregrinación a Monte Casino, y allá rezando con toda fe a San Benito consiguió su curación.
Reunía a los obispos y sacerdotes para estudiar los métodos que consiguieran una mayor santidad para el clero.
Delante de los obispos se arrodillaba con toda humildad, como cualquier sencillo creyente.
Padre de los pobres y amigo del pueblo.
Pocos gobernantes que hayan gozado de una manera tan extraordinaria de cariño de su pueblo, como San Enrique.
Un día, a un empleado que le aconsejaba tratar con crueldad a los revoltosos, le respondió: "Dios no me dio autoridad para hacer sufrir a la gente, sino para tratar de hacer el mayor bien posible."
Fue un verdadero padre para sus súbditos.
La fama de su bondad corrió pronto por toda Alemania e Italia, ganándose la simpatía general.
En sus labores caritativas le ayudaba su virtuosa esposa, Santa Cunegunda, mujer ejemplarísima en todo.
Buscador de la paz.
Decía siempre que lo que más deseaba para su nación, después de la fe, era la paz.
Con los gobernantes vecinos trató de conservar muy buenas relaciones de amistad, y a los súbditos revoltosos, fácilmente los perdonaba y volvían a ser sus amigos.
Pocos gobernantes han logrado ganarse como Enrique el amor de sus gobernados, y la gente bendecía a Dios por haberle concedido un mandatario tan comprensivo.
Al final de su vida, Enrique II, llamado con razón el Piadoso, se retira al monasterio de Vanne.
El abad Ricardo le ordena volver al trono, pero muere poco después, el 13 de julio del 1024, en el castillo de Grona.
Poco antes de morir contó a sus familiares que con su esposa Santa Cunegunda había hecho voto de virginidad, y que habían vivido siempre como dos hermanos.
Fue canonizado el 1146 por papa Eugenio III.
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Anécdotas
En el año 1013 siendo Papa Benedicto VIII, un antipapa le quiere arrebatar el trono, por lo que Enrique con sus tropas va a Roma y desaloja al usurpador.
El papa lo recibe con un gran cortejo y le obsequia un globo de oro adornado de piedras preciosas y rematado en una cruz.
Enrique lo admiró y dijo: "Nadie más digno de poseer tal presente que los que, lejos del mundo, se consagran a la práctica de la virtud y gozan de la intimidad de Dios".
Y envió el regalo a los monjes de Cluny.
Asombroso
Al casarse Enrique con Cunegunda hicieron voto de vivir como hermanos.
El emperador le expresó a su esposa:"Ahora ya puedo llamarte me amiga, mi esposa inmaculada. Como a una esposa te amaré siempre, y siempre te tendré como la más querida mitad de mí mismo".
Pasado el tiempo un rumor escandaloso se esparció por la corte: la emperatriz deshonraba a su marido.
Enrique lo creyó y se estableció entre ellos la frialdad; Cunegunda lloraba y rezaba.
Un día ésta el dijo a su esposo: "Señor, creed que soy inocente. No os digo por mí, sino por la gloria del Imperio, y estoy dispuesta a probarlo de cualquier manera".
La prueba se realizó públicamente, Cunegunda caminó descalza 15 pasos sobre un hierro ardiendo sin quemarse y Enrique oyó una voz que decía "Oh Virgen pura, no temas, que la Virgen María te librará".
Cunegunda al enviudar ingresa en el monasterio de monjas benedictinas.
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DE LA VIDA ANTIGUA DE SAN ENRIQUE
El bienaventurado siervo de Dios, después de haber sido consagrado rey, no contento con las preocupaciones del gobierno temporal, queriendo llegar a la consecución de la corona de la inmortalidad, se propuso también trabajar en favor del supremo Rey, a quien servir es reinar.
Para ello, se dedicó con suma diligencia al engrandecimiento del culto divino y comenzó a dotar y embellecer en gran manera las iglesias.
Creó en su territorio el obispado de Bamberg, dedicado a los príncipes de los apóstoles, Pedro y Pablo, y al glorioso mártir san Jorge, y lo sometió con una jurisdicción especial a la santa Iglesia romana; con esta disposición, al mismo tiempo que reconocía el honor debido por disposición divina a la primera de las sedes, daba solidez a su fundación, al ponerla bajo tan excelso patrocinio.
Con el objeto de dar una muestra clara de la solicitud con que aquel bienaventurado varón proveyó a la paz y a la tranquilidad de su Iglesia recién fundada, con miras incluso a los tiempos posteriores, intercalamos aquí el testimonio de una carta suya:
«Enrique, rey por la gracia de Dios, a todos los hijos de la Iglesia, tanto presentes como futuros. Las saludables enseñanzas de la revelación divina nos instruyen y amonestan a que, dejando de lado los bienes temporales y posponiendo las satisfacciones terrenas, nos preocupemos por alcanzar las mansiones celestiales, que han de durar siempre. Porque la gloria presente, mientras se posee, es caduca y vana, a no ser que nos ayude en algún modo a pensar en la eternidad celestial. Pero la misericordia de Dios proveyó en esto una solución al género humano, dándonos la oportunidad de adquirir una porción de la patria celestial al precio de las posesiones humanas.
Por lo cual, Nos, teniendo en cuenta esta designación de Dios y conscientes de que la dignidad regia a que hemos sido elevados es un don gratuito de la divina misericordia, juzgamos oportuno no sólo ampliar las iglesias construidas por nuestros antecesores, sino también edificar otras nuevas, para mayor gloria de Dios, y honrarlas de buen grado con los dones que nos sugiere nuestra devoción. Y así, no queriendo prestar oídos sordos a los preceptos del Señor, sino con el deseo de aceptar con sumisión los consejos divinos, deseamos guardan en el cielo los tesoros que la divina generosidad nos ha otorgado, allí donde los ladrones no horadan ni roban, y donde no los corroen ni la polilla ni la herrumbre, de este modo, al recordar los bienes que vamos allí acumulando en el tiempo presente, nuestro corazón vive ya desde ahora en el cielo por el deseo y el amor.
Queremos, por tanto, que sea conocido de todos los fieles que hemos erigido en sede episcopal aquel lugar heredado de nuestros padres que tiene por nombre Bamberg, para que en dicho lugar se tenga siempre memoria de Nos y de nuestros antecesores, y se inmole continuamente la víctima saludable en provecho de todos los fieles que viven en la verdadera fe».